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ENTREVISTA AL MÉDICO Y ESCRITOR CARLOS ALONSO PALACIO “Construir una sociedad más equitativa y justa es, y deberá seguir siendo, el gran objetivo planetario”

El médico y escritor  cántabro,  Carlos Alonso Palacio,  publica su último libro bajo el título “Notas bajo la mosquitera. Crónicas de un cooperante médico en África”.

El doctor Carlos Alonso Palacio nació en Santander aunque estudió Medicina en Salamanca. Posteriormente, amplió su formación con estudios en Salud Pública para los Países en Desarrollo en la Escuela Nacional de Sanidad de Madrid, así como de Medicina y Parasitología Tropical en la Universidad de Barcelona. La mayor parte de su trayectoria profesional ha trabajado en el ámbito rural y su afición a la escritura comenzó en su infancia y le ha llevado a  ser el autor de cuatro libros aunque solo  ha publicado  dos de ellos. Su última obra, titulada “Notas bajo la mosquitera. Crónicas de un cooperante médico en África”, se ha publicado hace unos meses con la editorial Círculo Rojo y analiza su larga trayectoria como médico cooperante con varias ONGs, una pasión del doctor Alonso que le ha permitido tener una amplia visión global y analítica de la realidad de la diversidad de  mundos  que componen nuestro planeta y que describe en esta entrevista para el Colegio de Médicos de Cantabria.

-¿Cómo comenzó tu actividad como cooperante y a dónde ha llegado?

Creo que mi interés por la cooperación, siquiera de una manera inconsciente, comenzó durante la época escolar. Un día vino a clase un misionero y nos contó varias historias acerca de África. Estoy seguro de que al menos una de ellas enraizó en algún lugar recóndito de mi cerebro.

En todo caso, mi bautismo de fuego tuvo lugar en Guinea-Bisáu. El país sufría las consecuencias de una rebelión militar mientras una epidemia de meningitis campaba a sus anchas, diezmando a la población. Se trató de un proyecto de emergencia sanitaria, y el desgaste que supuso para los miembros del equipo de Médicos Sin Fronteras fue brutal. Aquello sucedió en 1999, año en que, por cierto, le concedieron a esta ONG el Premio Nobel de la Paz.

Luego, llegaron el resto de misiones: dos en Angola; una durante su guerra civil y la otra dos años después de la firma del tratado de paz. Finalmente, Guinea-Conakri y Mozambique completaron las cinco misiones en las que participé con diferentes organizaciones: la mencionada Médicos Sin Fronteras, Acción Contra el Hambre y Medicus Mundi Cataluña.

¿Y cómo empezó tu actividad como escritor?

Crecí junto al menor de mis hermanos del que apenas me separan dos años: una enorme diferencia de edad en la infancia. Tal vez por eso el lenguaje me pareció mágico desde muy pequeño. Y es que me llamaba mucho la atención su manera de hablar, la imposibilidad de pronunciar algunas palabras correctamente.

¿Quién no escribió un poema huyendo de la soledad?, cantaba Mari Trini (Amores, 1970). Dudo que yo me sintiera solo, pero el caso es que mis primeros versos los escribí a los diez años. Luego ya no dejé de hacerlo.

Supongo que todos, de un modo u otro, queremos ser creadores, pues es la mejor manera de justificar nuestra existencia.

 -Cuéntanos las características fundamentales de tu último libro y a quien se dirige.

 El libro está dividido en cinco capítulos, uno por cada misión en la que participé. Todas ellas transcurrieron en países subsaharianos.

El destinatario de esta obra es cada uno de nosotros, pues toda mejora en el conocimiento de la cultura, la alegría y el sufrimiento de las poblaciones donde estuve favorecerá una mayor sensibilización y combatirá la indiferencia hacia los problemas de los demás…, o eso espero.

Sabemos que la memoria está íntimamente ligada a las emociones y hay vivencias que marcan como el hierro a la res. Sin embargo, la ciencia nos enseña que memoria y fidelidad no suelen ir de la mano, y a la larga los recuerdos «almacenados» danzan dentro de nosotros la música de la fabulación y del olvido. Por este motivo, el libro recoge, con la mayor fidelidad posible, los hechos ocurridos durante los años que trabajé como médico en el continente africano.

En definitiva, he contado lo que he visto y vivido como testigo y participante: lo bueno y lo menos bueno.

Es posible que determinados asuntos de índole médica hoy se aborden de manera algo distinta, pero con seguridad lo esencial (la gestión del estrés, las relaciones interpersonales, las estrategias de adaptación, la soledad, etc.) seguirá siendo similar, porque es inherente a la naturaleza humana.

-Después de tu larga actividad en varias ONGs ¿por qué crees que sigue habiendo tanta desigualdad entre los «mundos» actuales?    

 Sería una osadía por mi parte afirmar que tengo la respuesta, ya que se trata de una realidad compleja que no conozco lo suficiente.

En cualquier caso, aparte del voraz apetito de algunos países e individuos, en las sociedades más desfavorecidas existen otros factores limitantes de su desarrollo; por ejemplo, el retraso en la transición demográfica (tasas de fecundidad muy altas), sobreendeudamiento, barreras comerciales internacionales, inseguridad jurídica, corruptelas burocráticas y gubernamentales en todos los niveles de la Administración, geografía física desfavorable, infraestructuras y transporte precario, desastres naturales, déficit sanitario y enfermedades endémicas, barreras culturales y educativas, falta de acceso a la formación de las mujeres, ausencia de planes científicos y tecnológicos, etc.

No obstante, soy de los que piensa —y los estudios de Hans Rosling así lo confirman— que la humanidad ha experimentado un periodo de progreso sin precedentes en los últimos años. De hecho, los datos del académico sueco (previos a la pandemia, la guerra de Ucrania y las trabas al comercio internacional) indican que la desigualdad se ha reducido entre los países, aunque parece estar aumentando dentro de ellos.

La mayoría de la gente, por el contrario, discrepa de esta opinión, pues ignora lo que se ha conseguido. Esta visión no es de extrañar si consideramos los bulos que circulan por Internet y nuestra tendencia a fijarnos en los aspectos negativos de las cosas, así como a dejarnos llevar por determinados sesgos. Y, sin embargo, a pesar de las incertidumbres y la desconfianza, se han logrado grandes avances en la lucha contra la mortalidad infantil, la pobreza extrema o las enfermedades infecciosas.

-Y ¿cómo ves el futuro en este sentido?

 Depende de lo que hagamos.

En palabras del célebre biólogo Edward Osborne Wilson somos, en muchos sentidos, una especie arcaica en transición con emociones del paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios.

Particularmente, soy un firme defensor del desarrollo personal y social. Creo en la posibilidad de reconducir la existencia, de retomar el rumbo que tal vez un día perdimos, abatidos por circunstancias adversas. Rechazo las orejeras deterministas y el inmovilismo. La vida es cambio.

Estoy persuadido de que podemos modificar tanto el entorno que habitamos como perfeccionar nuestro carácter. Si deseamos seguir evolucionando, tenemos margen de maniobra. Por supuesto, no niego la influencia genética o ambiental, pero me resisto a parapetarme detrás de ellas. Somos, en gran parte, autores de nuestra biografía y corresponsables, por tanto, de lo que nos suceda.

Los gobiernos deberían fomentar de manera decidida tanto el crecimiento económico como las políticas sociales. Un tándem al que debería acompañar un sistema educativo de calidad, pues no hay mayor capital ni poder social más eficaz que la educación.

Sin duda queda mucho por hacer. El camino es largo y debemos seguir esforzándonos hasta alcanzar el progreso económico necesario que garantice el bienestar de las poblaciones más desfavorecidas; sobre todo en campos como la salud, la educación, el empleo, el medio ambiente… Para ello será preciso que el mundo arrostre con entusiasmo el desafío de reducir las desigualdades mediante la mejor distribución de los beneficios del crecimiento económico, porque no albergo la menor duda de que construir una sociedad más equitativa y justa es, y deberá seguir siendo, el gran objetivo planetario.

-Y si hablamos de tu faceta de escritor por la que has recibido varios premios ¿dinos cuáles son esos reconocimientos y cuáles son tus próximos planes?

Aunque los concursos literarios nunca han estado entre mis objetivos, en la década de los noventa sentí curiosidad por saber si mis escritos podían suscitar algún interés.

Fue entonces cuando, tras obtener alguna alegría en convocatorias  provinciales, decidí presentarme al primer Certamen Artístico convocado por el Colegio de Médicos de Cantabria en 1995. En aquella ocasión gané el segundo premio en la categoría de literatura, y un año después el primero en la de fotografía.

Al enterarme de que el Colegio había retomado tan interesante iniciativa, volví a presentarme el año pasado (III Concurso de Relatos Cortos), quedando esta vez en primer lugar.

Creo que estos premios, junto a los reconocimientos de la época escolar, son los que más ilusión me han hecho.

¿Mis planes? En el terreno de la literatura seguir escribiendo, tal vez un poemario de haikus; en cuanto a la vida en general, seguir abrazado al amor, al arte y al pensamiento. Cuando digo «amor» me refiero a la pareja, la familia, los amigos, al compromiso social… Con el «arte» sucede algo similar; el término abarca la pintura, la fotografía, el cine, la música, la literatura… En fin, cualquier manifestación artística que llegue a emocionarme. Por último, el ámbito del «pensamiento» engloba a la filosofía, la ciencia, el ensayo, pero también a las ideas de los hombres a lo largo de la historia y a sus nuevas aportaciones…; al conocimiento, en definitiva.

Lo demás son gestiones: cosas necesarias, más o menos interesantes, que debo hacer para sobrevivir.

-Para terminar,  dinos cual es, a tu juicio,  el «estado de salud» del mundo actual.

Estuve en Berlín durante el apasionante y gélido noviembre de 1989. Entonces creí que la caída del muro y el declive del comunismo alumbrarían de inmediato un mundo mucho mejor. Ya no estoy tan seguro. Hoy las palabras «convulsión» e «incertidumbre» giran en mi cabeza como los blancos faldones de los derviches.

La civilización es muy compleja y a menudo paradójica como para admitir demasiadas certezas. Aun así, con toda la cautela que exige un tiempo en el que la información a menudo sustituye a la realidad, parece que nos enfrentamos a retos formidables y universales.

Los acontecimientos en cualquier región del mundo se suceden con consecuencias sobre el resto de la humanidad a una velocidad vertiginosa. Asistimos a una nueva guerra en Europa, al regreso de la política de bloques frente a la globalización y a la reedición de la guerra fría. Sumidos en una crisis energética, con el comercio mundial al ralentí, vislumbramos en el horizonte la cara amarga de la recesión económica. El cambio climático es una amenaza permanente que altera los ecosistemas y redistribuye los vectores infectivos. La desigualdad, la falta de oportunidades y las características de determinados países (conflictos bélicos, desprecio a los derechos humanos, alteraciones climáticas, hambrunas, etc.) provocan flujos migratorios de graves consecuencias sociales… Por si fuera poco, pasamos gran parte del tiempo en el telar de Penélope ocupados en remediar con una mano el daño que provocamos con la otra.

A pesar de todo, pienso que hay lugar para la esperanza mientras tengamos claro que hemos de compartir el futuro. Para lograrlo deberemos emplear la inteligencia como nuestra mejor herramienta contra la aflicción. No es tiempo de «pan y circo», sino de alimento, educación y democracia.

A mi entender, deberíamos, entre otras medidas, esforzarnos en erradicar la pobreza extrema y la desigualdad; fomentar la democracia éticamente fundada, que respete los derechos humanos; mejorar la educación… Además, los conflictos presentes y futuros requieren una legislación universal. Por tanto, sería deseable implantar un sistema jurídico mundial, respaldando el derecho internacional con un poder también universal (el Derecho sin el respaldo del poder suele resultar ineficaz).

Después, ya nos dirá el tiempo si las soluciones que adoptemos logran que nuestra especie siga habitando la Tierra.